domingo, 25 de marzo de 2012

Sobre el eclipse de las Humanidades

Imagino que mucho se ha dicho ya sobre la famosa reforma que el ministro Wert pretende hacer en los estudios universitarios. Entre todas las cosas que ha comentado, retumba en mi mente esa idea suya de eliminar las carreras que no lleguen a un mínimo concreto de alumnos por clase.

Es evidente que hay muchas cosas que reformar en la universidad española, pero la imposición de un mínimo de alumnos puede suponer la muerte de determinadas carreras de Letras, especialmente la de filologías como la mía, la Clásica. Estamos, desde luego, ante un panorama bastante desalentador.

Hay una lectura que en los últimos meses se ha convertido en una pieza fundamental en mis conversaciones, un libro al que vuelvo de continuo, releyendo fragmentos, reflexionando sobre ellos. Estoy hablando de Adiós a la universidad del catedrático Jordi Llovet, editada por Galaxia Gutenberg. Vuelvo esta noche una vez más a ella para dejar aquí constancia de uno de sus párrafos que mejor explican lo que muchos queremos explicar (y no sabemos expresar con palabras) sobre la situación actual de nuestros estudios.

"Las relaciones entre la institución universitaria y la sociedad deben ser consideradas en un sentido doble: la universidad debe proporcionar a la sociedad los profesionales que esta necesita para la buena marcha de muchos niveles de su funcionamiento y de la vida cotidiana (economistas, abogados, médicos, farmacéuticos, físicos y químicos, arquitectos e ingenieros), y la sociedad debe proteger y promocionar la formación de todos los estudiantes, tanto los de aquellos grados que presentan una clara inserción en el campo sociolaboral, como los de aquellos que pertenecen a terrenos que escapan a toda, o casi toda, inserción pragmático-lucrativa en la sociedad (maestros, profesores de todo tipo, filósofos y pensadores, eruditos, críticos literarios, supervisores de ediciones, artistas, músicos, dramaturgos, etcétera). Se ve enseguida que las profesiones que vinculan a la universidad con la sociedad dentro de los parámetros de su progreso económico y de su bienestar material forman un ramo privilegiado, al menos en el sentido que sigue: rara vez la sociedad se ha preguntado qué es lo que estudian o a qué se dedican, por ejemplo, los estudiantes de medicina o de arquitectura; todo el mundo acepta que los primeros se forman para ofrecer, andando el tiempo, un servicio sanitario imprescindible -curar un resfriado, ahorrarle a uno las molestias de una colitis ulcerosa o vacunar a la población contra la viruela- y que los segundos se preparan para levantar edificios que guarden lo horizontal, en los que no entre el agua y que no se tambaleen.

Por el contrario, las profesiones o los estudios que desembocan en un especialista en la obra de San Agustín -sirva también de ejemplo-, un decodificador de restos de epigrafía escritos en la lengua más extraña que quepa imaginar, un investigador en la formación del espíritu burgués del siglo XIX, un apasionado traductor de la obra de Proust o Dostoyevski, un estudiante ensimismado en las claves más secretas del pensamiento de Heidegger, y, en el "peor" de los casos, un hombre o una mujer dedicados durante toda su vida sencillamente al estudio, estas dedicaciones son vistas con un enorme recelo por aquellos que, al por mayor pero con un escaso margen de error, llamamos "la sociedad".

La fundación psicosociológica de Europa está tan arraigada en el fundamento cristiano de "hacer el bien a la Humanidad" y en la ley calvinista de "hacer uno todos los negocios y enriquecerse cuanto pueda en esta vida", que no es de extrañar que, a medida que el sistema económico y el ordenamiento legal de las sociedades occidentales ha "progresado", se haya producido la tendencia, cada vez más imparable, a considerar que los representantes de la primera lista de las dos que acabo de apuntar arriba son personas deseables, socialmente y espiritualmente hablando, mientras que los representantes de la segunda lista son perfectamente prescindibles, inútiles desde el punto de vista de los actuales sistemas de producción y, en el límite, sospechosos o indeseables: se trata de una actividad residual -tan residual como deben serlo ya para mucha gente Eurípides, Jordi de Sant Jordi, Francisco de Aldana, Hume, Leskov o Paul Celan."

JORDI LLOVET, Adiós a la universidad.

Que levanten la mano los estudiantes de Letras que no se han sentido identificados al leer estas líneas. ¿Crisis económica? Al igual que Martha Nussbaum, creo que el tema es más grave: nos encontramos ante una gran crisis mundial de educación.

11 comentarios:

  1. Me siento muy identificado. Cuántas veces me han preguntad oeso de "¿para qué sirve tu carrera?"
    Leeré el libro de Llovet
    @viajeroaitaca

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  2. @viajeroaitaca: el libro de Llovet es de lectura obligatoria, con mayúsculas. Además, estoy convencida de que te gustará.
    ¡Un saludo!

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  3. La clave está en la frase de Llovet que empieza: «…y la sociedad debe proteger y promocionar…». Porque, ¿a quién nos estamos refiriendo al hablar de la sociedad? Como vivimos en un estado democrático (expresión muy del gusto actual), lo lógico sería que la sociedad, es decir, la mayoría decidiera si está o no dispuesta a gastar dinero público en la formación en materias que no producen un beneficio material directo a la sociedad — como ocurre con el caso de la Filología Clásica que mencionas. Preguntemos a la gente en qué quiere que se gasten sus impuestos y el resultado ya lo adivinas: Adiós a las Humanidades.

    ¿Y cual es la alternativa? ¿Que un grupo selecto y cualificado de personas decidan qué se debe o no enseñar en las universidades? ¿Despotismo ilustrado? Yo no tengo ningún empacho en aceptarlo: nunca he creído que la verdad pueda decidirse por votación. Pero ¿y qué dirían el resto de los ciudadanos adscritos al Pensamiento Único? ¿Qué dirían los medios de comunicación, hace ya tanto convertidos en meros portavoces petrificados de los aun más petrificados partidos políticos? Dirían: «Queréis imponer vuestras opiniones elitistas al pueblo, sois unos fascistas».

    Así que, por aclamación, adiós a las Humanidades. O si no, nos pagamos una universidad privada. Aun más elitista, cierto, pero si es lo que la gente quiere, por mí no hay inconveniente. Muchos países lo tienen asumido. Y no les va tan mal.

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  4. Soy de Socio-Jurídicas (o voy camino de serlo), pero mis apiraciones e intereses van por el camino de las Letras y las Humanidades, así que, en cierto modo, me siento bastante identificada.
    Leeré el libro de Llovet, pues.

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  5. Mi carrera es mixta. Tiene una gran aplicación de cara a la "sociedad" pero es una gran desconocida... cuando me preguntaban qué estudiaba y yo respondía "Biblioteconomía y Documentación" la pregunta siguiente era: "y eso, ¿para qué sirve?". Pero en fin...

    Totalmente de acuerdo con tu entrada... y es una pena, porque nos estamos volviendo muy fríos, muy despegados de nuestra herencia cultural... Y terminaremos mal, mal...

    ¡Besines!

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  6. Me temo que estamos asistiendo a la muerte agónica de la cultura y el librepensamiento, y no tardarán en seguirle las carreras dedicadas al bienestar social. Porque todo ésto es justamente lo que no dá dinero rápido a las oligarquías sociales. Pensar no es productivo y es mejor que los excluidos sociales se mueran lo más rápido posible y fuera de nuestra sensible vista. Estamos dejando morir al Estado de Bienestar, a nuestra cultura, nuestro pensamiento, en definitiva a aquello que nos hace diferentes y humanos.
    Y después de ésto... qué nos queda.

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  7. Interesante, sí supongo que hoy se mira solo lo que es "útil", a veces me pregunto si perder esas referencias que indicas no implica en cierta manera deshumanizarse.

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  8. Lo cierto es que el camino que estamos tomando no puede ser más sombrío.

    Por un lado, como nos traes aquí, ese eclipse de las humanidades que, además de en las universidades, se deja notar desde hace tiempo en la sociedad. Con él empezamos a ver solo lo inmediato, perdiéndose en la penumbra aquello que no tiene aplicación inmediata, que nos viene de lejos... como nuestro pasado, el que explica (o pretende explicar) quiénes somos.

    El problema es que para "las ciencias" la cosa tampoco está muy boyante. Los recortes en investigación se vienen produciendo desde hace tiempo y la investigación "pura" también está en entredicho. Tal y como dices, todo aquello que no tenga una aplicación práctica directa no parece servir para nada. Y esta simplificación, como ocurre en el caso de las humanidades, solo redunda en un tipo de recorte, el de miras, y en una crisis, la de valores.

    Ahora bien, ¿cómo le damos la vuelta a la tortilla para no terminar entrando en una nefasta "Nueva Edad Media"?

    Besos.

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  9. Buenas de nuevo. :)

    Dejo aquí un ejemplo sobre algo que, en principio, no es "útil".

    http://resistencianumantina.blogspot.co.uk/2012/03/como-tirar-dinero-publico-buscando.html

    Cuando el conocimiento, la cultura, la curiosidad y el afán de aprender se miden con dinero, por mal camino vamos.

    Besos.

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  10. Aunque algo tarde, te paso un link sobre la relación entre Ciencia y Humanidades (The Trouble with Scientism - Why history and the humanities are also a form of knowledge) que me ha parecido especialmente lúcido.

    Cito la última frase, por si no tienes ganas de leértelo entero:

    «Healthy relationships between the sciences and the humanities should aspire to the condition of the best marriages—to a partnership in which different strengths and styles are acknowledged and appreciated, in which a fruitful division of labor constantly evolves, in which constructive criticism is given and received, in which neither party can ever make a plausible claim to absolute authority, and in which the ultimate goal is nothing less than the furtherance of the human good».

    (Philip Kitcher, profesor de Filosofía - Columbia University. Citado en The New Republic)

    Saludos.

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  11. ¡Muchas gracias por el enlace! Ahora mismo voy a leerlo.

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