"Porque, digámoslo de una vez, hablar de Safo es hablar, ni más ni menos, que de poesía, lo cual significa no sentirse en la obligación de hablar. Y el adjetivo sáfico no se puede entender sino como un sinónimo más del misterio poético. Tales fueron los quehaceres de esta mujer hilvanadora de palabras en esa rueda secreta cuyos engranajes nadie está en posición de desentrañar ni comprender, afortunadamente para todos los que necesitan la poesía para llegar a levantarse cada mañana con algo de decencia. Las palabras son pozos sin fondo de sueños colectivos, en su legado acumulan innumerables estratos de vidas, ciudades, portentos y caminantes, y resuenan en cada labio, siempre distintas e iguales, desde un abismo inmenso donde la etimología y la gramática apenas logran asomarse sin un escalofrío de vértigo. [...]
Hablar de Safo es hablar de las palabras y el resto, los mapas de su vida, sus odios y sus amores, las casualidades de ser mujer y griega, de haber vivido en una isla de Asia Menor de afamadas sonoridades y pertenecer a ese colectivo que solemos llamar "los antiguos", todo eso no es más que materia del tiempo y de las nubes.
Por lo cual no hay mejor manera de adentrarse en los versos sáficos que desde una saludable posición de ignorancia.
[...]
La leyenda de Safo seguirá dando vueltas, qué duda cabe, y su nombre rebotando en innumerables ecos. Pero la cantora siempre se guardará un as en la manga, amargo triunfo. Porque para siempre se habrá puesto la luna y la noche será tierra de nadie en unos versos que merecen en justicia la memoria, que brillan más allá de las vestiduras de la danza o el ámbito del ritual o el silencio de la tipografía; versos cuya bonanza consiste en no reflexionar ni dar respuestas y que parecen haberse dicho por primera vez en ningún tiempo y en ningún lugar."

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